Sin que haya una opinión unánime, la mayoría de los estudiosos estiman que fue en 1565 cuando Juan Morel compró tres solares en la zona y creó una fundición de campanas y cañones. Desde muy pronto, la factoría fue adquiriendo prestigio y ya en 1568 la Corona de Castilla encargó a la Casa de la Contratación (que controlaba el comercio con las Américas) que le facilitase cobre y estaño para facilitar la fabricación de cañones al hijo de Juan Morel, Bartolomé.
El Cabildo Catedralicio, consciente de la fama que iba adquiriendo la fábrica, también encomendó a Bartolomé Morel la fundición de su tenebrario, un facistol para el coro, varias campanas de la Giralda y, sobre todo, el Giraldillo que culmina la torre de la Catedral, entre otras cosas. Por decisión de Felipe III, en 1682 la Fábrica pasaría a ser de titularidad pública.
En palabras del historiador militar Pedro Mora Piris, desde sus inicios hasta su final, la institución jugó un papel destacado en la formación profesional de fundidores, cinceladores, grabadores, torneros, maestros herradores, cerrajeros, etcétera, "contribuyendo así de una manera determinante a crear un personal que requería de diferentes grados de especialización, y que sin duda incidieron de manera importante en aspectos de conformación social, dotando a la ciudad de especialistas muy cualificados". Los propios trabajadores de aquella fundición repoblaron la zona, a la que se le dio el nombre de Arrabal de San Bernardo, por la parroquia de dicha advocación que se creó allí a finales de ese mismo siglo, primero como "ayuda de parroquia" y desde 1593 como parroquia propiamente dicha. Por ello a dicho barrio se le conocía (y se le conoce) como el barrio de artilleros.
Pero fue con Carlos III, un monarca que fomentó especialmente la industria, cuando la Fábrica de Artillería se convirtió en una pieza estratégica para la defensa de España y su imperio. En 1757 se inicia un claro proceso de reconstrucción del edificio que continuará durante el reinado de Carlos IV.
La vinculación de la fábrica con la Historia de América es incuestionable. En 1783 se le encarga la construcción de los cañones con los que la Corona de España ayudó a los colonos norteamericanos a independizarse de Inglaterra. Como recuerdo de este hecho, en la puerta de la Fábrica se conserva un mortero con el nombre de Washington.
En 1789, el Ministerio de las Indias encargó "surtir de artillería a las Américas". También en esta fábrica se confeccionó el famoso cañón tigre, con el que los defensores de Tenerife arrancaron un brazo al almirante británico Nelson. Otra pieza clásica de la Fábrica son los leones que custodian la entrada del Congreso. Con el impulso de Carlos III se construyen tres grandes hornos de 500, 600 y 700 quintales de bronce, que fueron la envidia de toda Europa. Según escribió Álvarez Miranda a mediados del XIX, "las piezas de artillería que salen de tan famoso establecimiento tienen una reconocida superioridad sobre casi todas las de Europa".
Arquitectónicamente, y aunque suenan nombres como Vicente de San Martín, no se puede hablar de un solo autor, pues la fábrica es el producto de numerosas intervenciones y agregados que, muchas veces, eran encargados a los mismos directores. Más que por su valor artístico, el edificio es importante por su condición de industria antigua, con unas interesantes naves con bóvedas y pilares cruciformes. La fábrica cesó su actividad en el año 1992. A finales del 2011 el Ayuntamiento de Sevilla lo cedió a la Delegación de Seguridad y Movilidad como almacén del Parque Central de Bomberos que se encuentra justo al lado de dicho edificio.
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