Al iniciarse el siglo XIX se intentó una nueva reforma. Se trataba del llamado Plan de 1807, que se aprobó con carácter general para todas las universidades españolas con el objeto de situar a estos centros a la altura de los que venían funcionando en el resto de Europa. Esta reforma introducía nuevas disciplinas, como el Derecho Público y la Economía Política, imponiendo una reglamentación y un orden en las enseñanzas desconocidos hasta entonces.
Suprimía, por otra parte, las universidades menores y dejaba reducido a once el número de universidades en España. A la Universidad de Sevilla se agregaban con su rentas y grados, las de Osuna y Baeza que se habían suprimido.
La situación de la enseñanza en España a lo largo del siglo XIX es desoladora. El control que la Iglesia ejerce sobre la cultura y la educación, pese a los esfuerzos por eliminar o limitar el mísmo por parte de los liberales, se mantiene durante todo el siglo. Aunque se producen varios intentos de reforma educativa, la alianza de la Iglesia con los sectores conservadores e integristas vino a frenar las aspiraciones de la burguesía a una enseñanza laica, que sirviera de cauce para llevar al Estado su ideología progresista y democrática.
La idea de la Universidad como servicio público, que nació en el siglo XVIII, no se consolida hasta bien entrado el siglo XIX.
En 1845, el llamado Plan Pidal somete a todas las universidades a un mismo ordenamiento jurídico. Se culmina el proceso de centralización y la pérdida definitiva de las antiguas autonomías. Pero duró poco. La firma del Concordato con la Santa Sede en 1851 devuelve la enseñanza al dominio eclesiástico. La Iglesia asume la función de vigilante de la ortodoxia en todos los niveles de la educación.
Un nuevo respiro progresista sucede con la Revolución de 1868. Se declara libre el ejercicio de la enseñanza en todos los niveles educativos, se suprimen las asignaturas de Doctrina Cristiana, Historia Sagrada, Religión, Moral Cristiana, etc.; desaparece la Teología como facultad universitaria, se vuelve a expulsar a los jesuitas y a las órdenes religiosas establecidas en España desde 1837, se suprime la subvención a los seminarios conciliares... La reforma educativa aparece como la premisa de la regeneración de España.
Pero el período progresista va a terminar sin que se produzca una autentica reforma educativa. El ambicioso proyecto de escolarización se vio abortado por la falta de presupuesto. La ley sobre la libertad de enseñanza trataba de paliar la impotencia estatal facilitando la expansión de la escuela privada, pero al estar ésta en manos de la Iglesia y de los sectores más integristas del país, no fue sino un obstáculo para los proyectos de la burguesía liberal. La debilidad política de las fuerzas en el poder y el pronto advenimiento de la Restauración conservadora que acabó con la Primera República, devolvió a la Iglesia y a los sectores integristas la dirección de los aspectos educativos a través de su renovada influencia sobre el Estado. El Real Decreto de 25 de febrero de 1875 obligaba a los profesores a presentar a la autoridad competente sus planes de estudio y libros de texto, violando el principio de libertad de enseñanza, tan celosamente defendido por los krausistas.
El 10 de diciembre del año 1900 se inauguró en el patio de la Universidad (actual Facultad de Bellas Artes) la estatua de bronce del fundador, Rodrigo Fernández de Santaella, obra de Joaquín Bilbao, con tonelada y media de peso. A mediados de la centuria se trasladó a los jardines de la antigua Fábrica de Tabacos, sede central de la Universidad de Sevilla. Allí permaneció hasta octubre del 2004 en que, con ocasión del V Centenario de la institución, se trasladó al primer Patio del edificio, el llamado del Reloj.
A comienzos del nuevo siglo el Distrito Universitario de Sevilla estaba integrado por las provincias de Badajoz, Cádiz, Huelva, Córdoba, Sevilla y Canarias.
Tras la crisis de 1917, y en plena efervescencias del regionalismo andaluz, se publica en mayo de 1919 el llamado Plan Silió, que reconocía la autonomía de las universidades, entre ellas naturalmente, la de Sevilla, cuyo estatuto se hizo público por primera vez. El real decreto establecía, sin lugar a dudas, que "todas las Universidades españolas serán autónomas en su doble carácter de Escuelas profesionales y de centros pedagógicos de alta cultura nacional". La ley César Silió trataba de modificar el modelo centralista decimonónico; pero el proyecto quedó suspendido con el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera.
Durante los primeros años del siglo XX, la Universidad de Sevilla, como las otras Universidades españolas, a pesar de su crecimiento permanecía atenazada por la excesiva burocratización y por la continua edición de numerosas disposiciones y reglamentos que ahogaban todas las iniciativas y los intentos aislados de favorecer su modernización y su progreso.
Señalar también que en 1924 se fundó la Hermandad de Los Estudiantes por profesores y alumnos de la Universidad alrededor de la devoción del Cristo de La Buena Muerte. Este cristo, cuyo autor es Juan de Mesa que lo esculpió en 1620, era el antaño titular de una cofradía de sacerdotes con sede en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, actual iglesia de la Anunciación. Parece que la entidad no duró mucho tiempo y se conservó en el templo jesuita como imagen de cierta devoción popular, a la que se le puso retablo barroco en 1687. En 1771 se incorporó al patrimonio universitario y permaneció en la iglesia hasta convertirse en titular de la hermandad de los Estudiantes. A esta Hermandad le está cedida para el culto. Desde 1966 reside en la capilla de la antigua Fábrica de Tabacos, sede actual de la Universidad de Sevilla. Esta imagen y la Virgen de la Angustia son los titulares de la hermandad.
El despegue cultural que pareció vislumbrarse durante la II República, quedó en nada tras la victoria de los nacionales en 1939. La nueva política de educación universitaria la describió el propio ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, en los discursos de apertura de los cursos 1939-1940 y 1940-1941:
"Queremos sobre todo una Universidad nacional subyugada con fuerte disciplina a los intereses materiales y morales de la Patria [...] Haremos que un mismo pensamiento y una misma voluntad sean nota común de los afanes del profesorado [...] Ha de ser empeño del nuevo Estado impedir que las actividades científicas puedan en ningún caso ser instrumento perverso contra los sagrados principios de la Patria."
Espíritus progresistas, como los afiliados a la Institución Libre de Enseñanza, fueron perseguidos y desterrados, iniciando un doloroso peregrinar por tierras extranjeras una gran parte de los profesores universitarios.
El profesorado universitario que permaneció en Sevilla estaba integrado, como era de esperar, por personas de ideología conservadora, que no dudaron en colaborar con los vencedores en tareas de propaganda o represión política.
La Ley de Ordenación Universitaria de 1943, pese a contemplar un cierto deseo de autonomía significó, de hecho, un férreo control ministerial e ideológico. El Rector, por ejemplo, no sólo era nombrado directamente por el Ministro, sino que debía ser un catedrático que hubiese manifestado públicamente su adhesión a las directrices del Movimiento falangista. Adhesión política que, en los primeros años, se exigió también a todos los opositores a cátedras universitarias.
En el prólogo de esta Ley, Franco critica duramente el pasado universitario: "La restauración cultural del siglo XVIII no fue más que un meteoro fugaz..."; del siglo XIX opina que "la educación moral y religiosa había sucumbido en manos de la libertad de cátedra... ahogada por la corriente extranjerizante, laica, fría, krausista y masónica de la Institución Libre"
Curiosamente, esta Ley de 1943 vuelve al concepto medieval de universidad: "La Universidad española es una corporación de maestros y escolares a la que el Estado encomienda la misión de dar la enseñanza en el grado superior..." (art. 1).
En 1948 se vio la necesidad de buscar un lugar más apropiado para la Universidad, abandonando el ya incómodo e insuficiente caserón de la calle Laraña. Al fin se decidió su ubicación en el magnífico edificio de la antigua Fábrica de Tabacos, extramuros del casco antiguo, pero ya en pleno centro de la ciudad. La adaptación de este extraordinario edificio para sede universitaria fue llevada a cabo por los arquitectos Delgado Roig, Balbontín Orta y Toro Buiza. En 1954, tras cuatro años de obras, comenzaron a instalarse las Facultades, primero Derecho, después Ciencias y Filosofía y Letras, así como las oficinas del Rectorado, Secretaría y Biblioteca universitaria.
El arquitecto que dio remate a la obra de la vieja Fábrica entre 1750 y 1766, fue Sebastián Van der Borcht. Su estilo es neoclásico, con decoración rococó. La pieza más importante del edificio es la fachada principal, terminada en 1757, con las armas reales en el frontón y rematada por la estatua de la Fama, diseñada en 1755 por el portugués Cayetano da Costa.
Aunque la antigua Fábrica de Tabacos sea el edificio del Rectorado y de otras facultades, con el tiempo la Universidad de Sevilla ha ido adquiriendo otros terrenos por la ciudad para allí construir sus campus universitarios con sus facultades correspondientes, siendo de esta manera una universidad descentralizada.
Hubo que esperar a la Constitución de 1978 para que la libertad volviera a la universidad. Se consagra la autonomía universitaria como un derecho fundamental. La Ley de Reforma Universitaria (L.R.U.), aprobada en 1983, pone punto final a los restos del modelo liberal decimonónico, y da comienzo a una nueva etapa de amplia autonomía universitaria y transformaciones vertiginosas.
Tras la nueva Ley Orgánica de Universidades estamos asistiendo al nacimiento de una nueva etapa en la Universidad de Sevilla, la quinta históricamente hablando. Si la primera se inició en 1505 con el nacimiento de la fundación de Maese; la segunda en 1772 con la independización de la Universidad; la tercera en 1845, con Pidal, por la que la universidad hispalense se integra en un proyecto nacional; la cuarta, en 1978 con la Constitución Española que consagra la autonomía de las universidades; la quinta, sin duda, se inició en 1999 con la Declaración de Bolonia, en la que nos integramos en un proyecto supranacional: Europa. Paradojas de la historia: la liberalización del mercado laboral y la convergencia europea de las universidades, restauraran la licentia ubique docendi, tan característica de la universidad medieval. Entonces venía respaldada por otra entidad internacional: la Iglesia (el Papa); ahora viene respaldada por la voluntad de los pueblos europeos. Y en un proceso sin retorno que va más allá de una simple reforma de planes de estudio, pues modificará el proceso de enseñanza y aprendizaje.
FUENTE: UNIVERSIDAD DE SEVILLA
Suprimía, por otra parte, las universidades menores y dejaba reducido a once el número de universidades en España. A la Universidad de Sevilla se agregaban con su rentas y grados, las de Osuna y Baeza que se habían suprimido.
La situación de la enseñanza en España a lo largo del siglo XIX es desoladora. El control que la Iglesia ejerce sobre la cultura y la educación, pese a los esfuerzos por eliminar o limitar el mísmo por parte de los liberales, se mantiene durante todo el siglo. Aunque se producen varios intentos de reforma educativa, la alianza de la Iglesia con los sectores conservadores e integristas vino a frenar las aspiraciones de la burguesía a una enseñanza laica, que sirviera de cauce para llevar al Estado su ideología progresista y democrática.
La idea de la Universidad como servicio público, que nació en el siglo XVIII, no se consolida hasta bien entrado el siglo XIX.
En 1845, el llamado Plan Pidal somete a todas las universidades a un mismo ordenamiento jurídico. Se culmina el proceso de centralización y la pérdida definitiva de las antiguas autonomías. Pero duró poco. La firma del Concordato con la Santa Sede en 1851 devuelve la enseñanza al dominio eclesiástico. La Iglesia asume la función de vigilante de la ortodoxia en todos los niveles de la educación.
Un nuevo respiro progresista sucede con la Revolución de 1868. Se declara libre el ejercicio de la enseñanza en todos los niveles educativos, se suprimen las asignaturas de Doctrina Cristiana, Historia Sagrada, Religión, Moral Cristiana, etc.; desaparece la Teología como facultad universitaria, se vuelve a expulsar a los jesuitas y a las órdenes religiosas establecidas en España desde 1837, se suprime la subvención a los seminarios conciliares... La reforma educativa aparece como la premisa de la regeneración de España.
Pero el período progresista va a terminar sin que se produzca una autentica reforma educativa. El ambicioso proyecto de escolarización se vio abortado por la falta de presupuesto. La ley sobre la libertad de enseñanza trataba de paliar la impotencia estatal facilitando la expansión de la escuela privada, pero al estar ésta en manos de la Iglesia y de los sectores más integristas del país, no fue sino un obstáculo para los proyectos de la burguesía liberal. La debilidad política de las fuerzas en el poder y el pronto advenimiento de la Restauración conservadora que acabó con la Primera República, devolvió a la Iglesia y a los sectores integristas la dirección de los aspectos educativos a través de su renovada influencia sobre el Estado. El Real Decreto de 25 de febrero de 1875 obligaba a los profesores a presentar a la autoridad competente sus planes de estudio y libros de texto, violando el principio de libertad de enseñanza, tan celosamente defendido por los krausistas.
El 10 de diciembre del año 1900 se inauguró en el patio de la Universidad (actual Facultad de Bellas Artes) la estatua de bronce del fundador, Rodrigo Fernández de Santaella, obra de Joaquín Bilbao, con tonelada y media de peso. A mediados de la centuria se trasladó a los jardines de la antigua Fábrica de Tabacos, sede central de la Universidad de Sevilla. Allí permaneció hasta octubre del 2004 en que, con ocasión del V Centenario de la institución, se trasladó al primer Patio del edificio, el llamado del Reloj.
A comienzos del nuevo siglo el Distrito Universitario de Sevilla estaba integrado por las provincias de Badajoz, Cádiz, Huelva, Córdoba, Sevilla y Canarias.
Tras la crisis de 1917, y en plena efervescencias del regionalismo andaluz, se publica en mayo de 1919 el llamado Plan Silió, que reconocía la autonomía de las universidades, entre ellas naturalmente, la de Sevilla, cuyo estatuto se hizo público por primera vez. El real decreto establecía, sin lugar a dudas, que "todas las Universidades españolas serán autónomas en su doble carácter de Escuelas profesionales y de centros pedagógicos de alta cultura nacional". La ley César Silió trataba de modificar el modelo centralista decimonónico; pero el proyecto quedó suspendido con el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera.
Durante los primeros años del siglo XX, la Universidad de Sevilla, como las otras Universidades españolas, a pesar de su crecimiento permanecía atenazada por la excesiva burocratización y por la continua edición de numerosas disposiciones y reglamentos que ahogaban todas las iniciativas y los intentos aislados de favorecer su modernización y su progreso.
Señalar también que en 1924 se fundó la Hermandad de Los Estudiantes por profesores y alumnos de la Universidad alrededor de la devoción del Cristo de La Buena Muerte. Este cristo, cuyo autor es Juan de Mesa que lo esculpió en 1620, era el antaño titular de una cofradía de sacerdotes con sede en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, actual iglesia de la Anunciación. Parece que la entidad no duró mucho tiempo y se conservó en el templo jesuita como imagen de cierta devoción popular, a la que se le puso retablo barroco en 1687. En 1771 se incorporó al patrimonio universitario y permaneció en la iglesia hasta convertirse en titular de la hermandad de los Estudiantes. A esta Hermandad le está cedida para el culto. Desde 1966 reside en la capilla de la antigua Fábrica de Tabacos, sede actual de la Universidad de Sevilla. Esta imagen y la Virgen de la Angustia son los titulares de la hermandad.
El despegue cultural que pareció vislumbrarse durante la II República, quedó en nada tras la victoria de los nacionales en 1939. La nueva política de educación universitaria la describió el propio ministro de Educación Nacional, Ibáñez Martín, en los discursos de apertura de los cursos 1939-1940 y 1940-1941:
"Queremos sobre todo una Universidad nacional subyugada con fuerte disciplina a los intereses materiales y morales de la Patria [...] Haremos que un mismo pensamiento y una misma voluntad sean nota común de los afanes del profesorado [...] Ha de ser empeño del nuevo Estado impedir que las actividades científicas puedan en ningún caso ser instrumento perverso contra los sagrados principios de la Patria."
Espíritus progresistas, como los afiliados a la Institución Libre de Enseñanza, fueron perseguidos y desterrados, iniciando un doloroso peregrinar por tierras extranjeras una gran parte de los profesores universitarios.
El profesorado universitario que permaneció en Sevilla estaba integrado, como era de esperar, por personas de ideología conservadora, que no dudaron en colaborar con los vencedores en tareas de propaganda o represión política.
La Ley de Ordenación Universitaria de 1943, pese a contemplar un cierto deseo de autonomía significó, de hecho, un férreo control ministerial e ideológico. El Rector, por ejemplo, no sólo era nombrado directamente por el Ministro, sino que debía ser un catedrático que hubiese manifestado públicamente su adhesión a las directrices del Movimiento falangista. Adhesión política que, en los primeros años, se exigió también a todos los opositores a cátedras universitarias.
En el prólogo de esta Ley, Franco critica duramente el pasado universitario: "La restauración cultural del siglo XVIII no fue más que un meteoro fugaz..."; del siglo XIX opina que "la educación moral y religiosa había sucumbido en manos de la libertad de cátedra... ahogada por la corriente extranjerizante, laica, fría, krausista y masónica de la Institución Libre"
Curiosamente, esta Ley de 1943 vuelve al concepto medieval de universidad: "La Universidad española es una corporación de maestros y escolares a la que el Estado encomienda la misión de dar la enseñanza en el grado superior..." (art. 1).
En 1948 se vio la necesidad de buscar un lugar más apropiado para la Universidad, abandonando el ya incómodo e insuficiente caserón de la calle Laraña. Al fin se decidió su ubicación en el magnífico edificio de la antigua Fábrica de Tabacos, extramuros del casco antiguo, pero ya en pleno centro de la ciudad. La adaptación de este extraordinario edificio para sede universitaria fue llevada a cabo por los arquitectos Delgado Roig, Balbontín Orta y Toro Buiza. En 1954, tras cuatro años de obras, comenzaron a instalarse las Facultades, primero Derecho, después Ciencias y Filosofía y Letras, así como las oficinas del Rectorado, Secretaría y Biblioteca universitaria.
El arquitecto que dio remate a la obra de la vieja Fábrica entre 1750 y 1766, fue Sebastián Van der Borcht. Su estilo es neoclásico, con decoración rococó. La pieza más importante del edificio es la fachada principal, terminada en 1757, con las armas reales en el frontón y rematada por la estatua de la Fama, diseñada en 1755 por el portugués Cayetano da Costa.
Aunque la antigua Fábrica de Tabacos sea el edificio del Rectorado y de otras facultades, con el tiempo la Universidad de Sevilla ha ido adquiriendo otros terrenos por la ciudad para allí construir sus campus universitarios con sus facultades correspondientes, siendo de esta manera una universidad descentralizada.
Hubo que esperar a la Constitución de 1978 para que la libertad volviera a la universidad. Se consagra la autonomía universitaria como un derecho fundamental. La Ley de Reforma Universitaria (L.R.U.), aprobada en 1983, pone punto final a los restos del modelo liberal decimonónico, y da comienzo a una nueva etapa de amplia autonomía universitaria y transformaciones vertiginosas.
Tras la nueva Ley Orgánica de Universidades estamos asistiendo al nacimiento de una nueva etapa en la Universidad de Sevilla, la quinta históricamente hablando. Si la primera se inició en 1505 con el nacimiento de la fundación de Maese; la segunda en 1772 con la independización de la Universidad; la tercera en 1845, con Pidal, por la que la universidad hispalense se integra en un proyecto nacional; la cuarta, en 1978 con la Constitución Española que consagra la autonomía de las universidades; la quinta, sin duda, se inició en 1999 con la Declaración de Bolonia, en la que nos integramos en un proyecto supranacional: Europa. Paradojas de la historia: la liberalización del mercado laboral y la convergencia europea de las universidades, restauraran la licentia ubique docendi, tan característica de la universidad medieval. Entonces venía respaldada por otra entidad internacional: la Iglesia (el Papa); ahora viene respaldada por la voluntad de los pueblos europeos. Y en un proceso sin retorno que va más allá de una simple reforma de planes de estudio, pues modificará el proceso de enseñanza y aprendizaje.
FUENTE: UNIVERSIDAD DE SEVILLA
No hay comentarios:
Publicar un comentario