Existen una serie de documentos que nos dan noticia sobre la biblioteca y sobre la personalidad del propio creador. Son sobre todo, el Testamento y el Memorial dirigido al Emperador. Completan estos testimonios las “declaraciones” del licenciado Marcos Felipe, albacea de don Hernando.
El hijo del primer Almirante de las Indias, bibliófilo admirable, sabía muy bien que los catálogos son indispensables en toda biblioteca bien organizada y representan en ella lo mismo que el índice en los libros. Obsesionado por el futuro de su biblioteca, sueña en perpetuarla por medio de una fundación en beneficio de España. Tal es la idea que se desprende del Memorial al Emperador, documento que su albacea Marcos Felipe juzgó de tal interés que le otorgó fe pública al incluirlo en la escritura notarial donde se contienen sus aclaraciones al testamento, y del propio testamento.
Por las “declaraciones” de Marcos Felipe, sabemos que las largas y concretas aclaraciones y prescripciones sobre la librería, de que habla en su testamento Hernando, no las hizo ni se hallaron entre sus escrituras; por lo cual lo que dejó en testamento es definitivo y último. El mismo albacea insiste en reafirmar el carácter bibliófilo de Hernando Colón.
Además de su testamento, se conserva un documento importantísimo que proporciona pistas más que suficientes para hacernos una idea de la biblioteca con la que soñó y que había comenzado a crear Hernando Colón. Del mismo modo, prueba las excelentes cualidades de éste como bibliófilo, sus propósitos en lo tocante a organización y destino de su biblioteca, así como el sistema que se debía adoptar en la redacción de los Catálogos. Este documento es el Memorial que elevó al Emperador Carlos V en 1537, solicitando a perpetuidad los 500 pesos para ayuda de la Biblioteca como pago a sus trabajos y en reconocimiento a su condición de hijo del Descubridor.
Con anterioridad a este documento, el Emperador había tenido a bien concederle una pensión vitalicia de 500 pesos de oro con cargo a las rentas de la isla de Cuba, “para ayuda de su sustentación y de la librería que hace en la ciudad de Sevilla”, como consta en el documento real de 20 de noviembre de 1536, firmado por la emperatriz doña Isabel en ausencia de su esposo.
Analizando el contenido del Memorial, quería tener, en primer lugar, todos los autores existentes en sus obras por orden alfabético “para que con mayor facilidad sean halladas las obras y sus autores”. Deseaba también otro libro de materias “...libro diviso por títulos de las ciencias generales, como es teología, Jus canónicum, Jus civile, etc...” y un tercero de resúmenes “Para que haya más noticia de lo que tales libros tratan, otro libro en el que se dice y refiere la suma y sustancia de lo que cada libro contiene, que en efecto es un epítome o argumento de tal libro, por manera que con leer aquel epítome o argumento de tal libro, conoce quien lo lee si aquel libro satisface a su propósito...”.
Este documento refleja que don Hernando, no solo quiso tener debidamente catalogados los fondos de su biblioteca, sino que en sus deseos se adelantó a su tiempo y aspiró a realizar la magna obra de clasificación de los conocimientos humanos.
El testamento de don Hernando Colón puede dividirse en dos partes diferenciadas como bien comenta en su estudio crítico y trascripción del mismo don José Manuel Ruiz Asencio. La primera parte lo constituye un testamento clásico con las partes claras y bien definidas, entre las que destaca la elección de sepultura y disposiciones para el entierro, mandas dedicadas a familiares y criados. La segunda parte se puede considerar un verdadero reglamento para la conservación y aumento de la biblioteca fernandina.
Se ve claro que este varón tan singular, sentía por lo que aquí dejaba una sola preocupación, que se cifraba en sus libros.
En su testamento, don Hernando Colón, habla de las obligaciones y compromisos que ha de aceptar, cuando él muera quien herede los libros, el cual, en principio, los tendrá sólo en depósito; también menciona las rentas que se dedicarán a comprar nuevas obras, a su conservación material y a las personas (latinos, letrados, sumistas, maestros) que entenderán en la organización sistemática de los mismos. Todo controlado por un visitador o inspector que nombrará el depositario, fuera éste quien fuere.
Dispone la forma en que han de estar colocados los volúmenes (en sala grande y propia dentro de cajones y puestos de canto con su título y signaturas a la vista), su distribución (por facultades o materias), la protección externa del libro, etc.
En el orden administrativo indica la necesidad de llevar un libro o registro de libros duplicados; otro, de gastos generales; anotando los posibles ejemplares perdidos. Sobre la adquisición de los libros, dentro y fuera de España, las cláusulas son largas y prolijas pero bien reveladoras del nuevo y original sistema de buscarlos, comprarlos, pagarlos y hacerlos llegar a Sevilla.
De esta manera, ordenó y detalló incluso, cómo cada seis años, había de ir a Nápoles un “sumista” de “tienda en tienda y libro por libro” con el Catálogo de la librería, para ver qué faltaba en ella, para que lo comprase. De allí habría de ir a Roma, Pisa, Florencia, etc. donde haría lo mismo. Y así sucesivamente por distintas ciudades, para desde Venecia transportarlos por mar a Cádiz.
Por último, nombra bibliotecario al bachiller Juan Pérez, a quien señala un sueldo de sesenta ducados, con cargo de residir cada día y trabajar cinco horas entre la mañana y tarde en la biblioteca.
El testamento de Hernando nos ha proporcionado abundantes datos, que evidencian su amor a las letras y libros. Pero el albacea de su testamento, Marcos Felipe, nos confirma esos preciosos pormenores en sus declaraciones sobre la ejecución de su última voluntad.
Como heredero universal de la Biblioteca y de todos sus bienes, nombró don Hernando a su sobrino el almirante Luis Colón, con la condición de procurar el engrandecimiento de la institución que él había fundado; en segundo lugar, si se incumpliese estos compromisos o no quisiese aceptar, quedaba el cabildo de la Catedral de Sevilla como depositario; en otro caso, el convento dominicano de San Pablo, y en último término, y de no ser ninguno de los tres, el Monasterio cartujo de las Cuevas. El joven Luis Colón no compartía las inquietudes de su tío, ni le importaron ni entonces ni más tarde. Y así, tras diversos avatares, fue al cabildo catedral a quien correspondió la guarda y custodia del valioso legado desde 1552 hasta nuestros días.
En 1552 la biblioteca de don Hernando Colón, pasaba a incrementar los fondos de la librería del cabildo eclesiástico de Sevilla por disposición testamentaria del gran bibliófilo y humanista español. De esta manera se enriqueció la vieja librería con una serie de libros y manuscritos de capital trascendencia para la cultura occidental. Los libros y escritos pertenecientes al cabildo eran entonces, al igual que hoy en día, más numerosos e igualmente de elevado interés para las letras, artes y ciencias, y a pesar de la antigüedad y número de volúmenes de la Capitular, terminó por prevalecer el nombre de Biblioteca Colombina, con el cual se denomina hoy, corrientemente, a las dos bibliotecas reunidas.
A pesar de las desapariciones producidas a finales del siglo XVI y casi todo el siglo XVII, las bibliotecas siguen su andadura a lo largo del tiempo con vidas paralelas sufriendo las mismas aventuras y desventuras tanto una como la otra.
Al incorporarse los libros de Colón a la biblioteca de la Catedral se respetó la voluntad de don Hernando de mantenerse la unidad de su legado, con registros e inventarios diferentes de los de la Capitular. El acomodo inicial que probablemente se dio a los libros pertenecientes al legado de Hernando Colón fue en uno de los salones altos del Claustro de los Naranjos; en este lugar empezaron a ser ordenados y encuadernados. Mientras, la Biblioteca Capitular, residía en la sacristía de la capilla de San Clemente del antiguo templo. Es en 1558 cuando se empaquetan y embalan los fondos de ambas bibliotecas para quedar definitivamente instalados y reunidos en 1562 en el lugar que actualmente ocupan en un ángulo del Patio de los Naranjos, encima de la nave llamada del Lagarto.
Hay constancia de que el cabildo encarga al pintor Luis de Vargas la decoración de las salas que alojaron a la biblioteca. Se trataba de un gran salón en donde las estanterías eran de “lindas maderas”.
Consideramos pues, a la Catedral sevillana, como un recinto privilegiado por muchos conceptos artísticos, y entre éstos por los fondos bibliográficos atesorados a lo largo de los siglos. Alcanza categoría universal dada la alta calidad y rareza de los impresos custodiados. Los historiadores han dedicado referencias a la “Biblioteca Colombina”, desde Espinosa de los Monteros en 1635 hasta Santiago Montoto en 1948, destacando los valiosos aportes dejados por Juan de Loaysa, Nicolás Antonio, Henry Harrise, José Gestoso, Jean Babelón, José Hernández Díaz y Antonio Muro Orejón, Francisco Álvarez Seisdedos y más recientemente los estudios de Klaus Wagner , Tomás Marín, Juan Gil , Mark P. McDonald y por supuesto las investigaciones continuas que realizó hasta sus últimos días el que fuera director de ambas bibliotecas, don Juan Guillén Torralba.
FUENTE: INSTITUCIÓN COLOMBINA
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